La llegada del invierno en Chile trae consigo un aumento de lluvias y bajas temperaturas, fenómenos que han puesto en evidencia la fragilidad de nuestra red de suministro eléctrico. En 2024, fuertes precipitaciones provocaron cortes masivos de luz en diversas regiones del país. A esto se suma el apagón de febrero de 2025, que afectó al 95% de la población, dejando a gran parte del país sin suministro por aproximadamente 12 horas en promedio, alcanzando hasta 28 horas en zonas rurales. Estos eventos reflejan la urgencia de fortalecer nuestra infraestructura eléctrica.

Paralelamente, Chile ha avanzado significativamente en electromovilidad. Santiago fue reconocida por contar con la mayor flota de buses eléctricos fuera de China, un logro que refleja una política pública de largo plazo iniciada en 2015 con la “Política Energética al 2050”. Este compromiso se ha consolidado mediante diversos programas impulsados por el Estado en todos sus niveles.

Entre ellos destaca “Mi Taxi Eléctrico”, que desde 2023 ha entregado 250 vehículos eléctricos y proyecta sumar 688 adicionales entre 2024 y 2026. También se implementará una flota eléctrica en Copiapó, con 121 buses distribuidos en 12 servicios, posicionando a la ciudad como la primera de Sudamérica con transporte público mayor 100% eléctrico. En Valparaíso, el proyecto de buses eléctricos conservará la identidad visual de los trolebuses tradicionales.

Lo anterior demuestra los esfuerzos del Estado para lograr una transformación estructural de nuestra matriz energética, que busca dejar atrás la dependencia de combustibles fósiles y generar acciones concretas frente a la crisis climática. Sin embargo, la transición hacia una matriz eléctrica plantea desafíos clave, entre ellos, la seguridad energética, es decir, la capacidad de garantizar un suministro continuo, asequible y autónomo.

Chile posee condiciones excepcionales para lograr esta independencia: abundante sol y viento, asi como potencial para producir hidrógeno verde. Hoy existen proyectos eólicos, solares e iniciativas de hidrógeno en desarrollo, que permitirán cubrir la demanda nacional y generar excedentes exportables. Apostar por esta matriz limpia, renovable y soberana no solo es una respuesta al cambio climático, sino una estrategia de desarrollo que fortalecerá nuestra economía, impulsará la exportación de energía y garantizará nuestra soberanía energética.